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Desde la antigüedad al hombre siempre le ha gustado concluir sus comidas con un sabor dulce. Los romanos, más tarde los galos, rociaban con miel galletas a base de harina decoradas con frutos frescos o secos y con especias.

Gracias a los cruzados que descubrieron en Oriente la caña de azúcar, esa “suave caña” de la que se habla en la Biblia, se desarrolló el comercio del azúcar, mercancía preciosa vendida en botica. A finales de la Edad Media, el gremio de los pasteleros, expertos en pasteles de carne, pescado y queso, se especializa en la confección de pastelitos con crema.

Se debe la aparición de nuevos platos dulces a Catalina de Médicis y a sus pasteles de Florencia; pasteles a base de pasta choux, macarrones y helados. La gula por todos estos dulces crecía sin parar, Brillant Savarin informa que desde el siglo XVIII, el espíritu de la buena convivencia se extendió por todas las clases sociales (Abascal, 2017).

Un banquete siempre termina con un postre.