Los retos y situaciones adversas te empujan a poner en práctica tus habilidades, atributos y destrezas, ya sean de naturaleza biológica o aprendidas, de manera que logres sobreponerte, superar la adversidad y funcionar de manera saludable. De acuerdo con  Moskovitz (1983) y con Masten, Best y Garmezy (1990), este proceso de adaptación exitosa ante las situaciones adversas es la resiliencia. Alvord y Grados (2005) coinciden con Reivich y Schatté (2002) al identificar algunas de las habilidades que entran en juego como la confianza en las fortalezas, la visión positiva de sí mismo, la destreza en comunicar y solucionar problemas y el manejo de sentimientos e impulsos. Algunos autores concluyen que los rasgos de personalidad asociados a la resiliencia contemplan lo siguiente:

• Autoconcepto positivo
• Alta inteligencia o moderada
• Autonomía
• Sentido del humor
• Visión optimista del futuro
• Iniciativa
• Creatividad
• Son realistas
• Ven las dificultades como oportunidades para aprender

Pero ¿qué es la resistencia psicológica? Se considera un estilo de personalidad caracterizado por el control, el compromiso y el desafío. El control es la creencia en que uno puede influir en los resultados de su vida, el compromiso, el  tener un sentido de propósito, y el desafío la disposición para ver los cambios como oportunidades.

El apoyo social autopercibido, de acuerdo con Sarason y Pierce (1990), es la disponibilidad de apoyo por parte de otros que percibes, así como lo que percibes de la satisfacción obtenida por dicho apoyo. Tanto el capital personal como el capital social  se convierten en recursos de afrontamiento; mientras que la resistencia y el apoyo social se constituyen en dos de los elementos de  resiliencia.

La evaluación que realizamos de todos los eventos en los que estamos inmersos, cercanos o lejanos, es crucial para nuestra salud mental, de la calidad de esta evaluación depende la fuerza o vulnerabilidad propia. Santandreu (2013), propone poner en práctica  La Línea de Evaluación de las Cosas de la Vida, en la que ubica en un continuo, todo lo que nos sucede o nos podría suceder en un rango que va desde: “genial” que representa la mejor sensación, hasta “terrible”; las posibilidades de evaluarse se hacen inagotables. Las personas más vulnerables a nivel emocional tienden a evaluar todo lo que les sucede o lo que les podría suceder en el peor extremo (terrible); ante esto es recomendable enfocarnos en cambiar esta percepción; es decir, transformarnos en personas emocionalmente sanas y fuertes.

Por otro lado y considerando las adversidades vividas, es esperado que se perciban como terribles  los eventos  anteriormente mencionados pero intentar evaluar estos eventos como “normales” o “buenos” sería tan errado como ingenuo; es  poco conveniente y poco funcional porque no pondría en marcha tus recursos para evitar los sucesos negativos. De lo que se trata es de evaluar en la justa medida. Revisar nuestro sistema de valores, nuestras creencias  básicas acerca de lo que vale la pena o no, es un ejercicio muy sano y necesario, podríamos descubrir que nuestra filosofía nos esté haciendo la vida imposible a través de distinguir y comparar con todas las posibilidades reales que se dan en la vida. Otra forma de evaluarnos es a través del cuestionario VIA mencionado en el tema uno y que te permite identificar en qué nivel utilizas las fortalezas para enfrentar las adversidades.

Trabajar con los pensamientos contribuye a mejorar el optimismo y la autoeficacia. Implica aprender a detectar los pensamientos que tenemos sin darnos cuenta, no sabemos cuándo inician pero pueden interferir en nuestras actividades: esos son los pensamientos automáticos. Es importante detectarlos porque todo lo que sientes influye en lo que piensas y haces, todo lo que haces influye en lo que piensas y sientes y todo lo que piensas influye en lo que haces y sientes; además, esto influye en la gente que te rodea (González y Landero, 2002).

Para detectar un pensamiento automático puedes plantearte y responderte estas preguntas:

• ¿Qué pienso antes?
• ¿Qué pienso durante?
• ¿Qué pienso después de la situación adversa que me provoca estrés?
• ¿Qué me digo a mi mismo en esta situación?

Los pensamientos y las emociones positivas están en correlación directa, las positivas amplían el repertorio de pensamiento y acción de las personas, son más flexibles y creativas y les motiva a realizar una gama amplia de acciones en lugar de seguir tendencias de pensamiento y acciones específicas. Las emociones negativas reducen los repertorios de acción a una sola línea, por ejemplo, cuando te sientes amenazado, sientes miedo y lo que quieres es huir. Algunos ejemplos de personas racionales y fuertes a nivel emocional son: Stephen Hawking y Christopher Reeve, quienes nos enseñaron que es  posible sentirse bien en prácticamente cualquier condición. La mente es flexible y esa es la clave para adaptarse al cambio cuando surge la adversidad. Stephen Hawking no había sido un estudiante ejemplar, había aprobado la licenciatura y apenas tuvo puntaje para ser aceptado en el doctorado. La noche que celebraban tal acontecimiento se dio cuenta que tenía dificultad para llenar las copas por el temblor de su mano. En los meses siguientes del año 1963, se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad que produce degeneración de la musculatura voluntaria del cuerpo y conduce a la muerte en dos o tres años. Él mismo declaró que la depresión profunda le hizo padecer “una tormenta de miedo y ansiedad, con grandes olas de rabia y desesperación”. Sin embargo, de esta convalecencia emocional surgió su fortaleza para darse cuenta que “quejarse es inútil y una pérdida de tiempo”. Él decidió que aún sin movilidad tenía muchas cosas maravillosas por hacer, como investigar el cosmos, y tres años después se graduó del doctorado, con la teoría matemática del inicio del Universo: el Bing Bang (Santandreu, 2013).

En un experimento hecho con estudiantes universitarios, se les pidió que describieran brevemente las emociones y pensamientos que les despertaba el hecho de morir; los pusieron ante dos situaciones de fracaso y les pidieron que dijeran a qué atribuían dicho fracaso. Los resultados indicaron que los participantes del grupo atribuyeron causas controlables a los fracasos importantes. Esto sugiere que pensar en la muerte aumenta la certeza en las personas de tener control de la situación. Si atribuyen el fracaso a causas controlables, es porque dependían de uno, de actividades que estaban al alcance, al ser significativas para uno. En cambio, para algunas personas, no es posible pensar en la muerte, cualquiera que sea su elección, el hecho de hacerlo los incomoda. El acto de reflexionar sobre situaciones de vida agradables y desagradables es una manera de integrar los pensamientos, de darles estructura, se organiza lo que pensamos sobre lo que creemos, y puede ser una manera de ayudar a enfrentar situaciones negativas, de darle sentido a los eventos nocivos y de ayudar a sobreponerse.